Tras
haber desarrollado en los artículos anteriores las técnicas de traducción,
queríamos deteneros en un aspecto más abstracto de la traducción, pero no menos
importante; la figura del traductor. El traductor es el quién da vida a todo
tipo de traducción, sin él, no habría conocimiento. Pero sin embargo, el
traductor en la mayoría de los casos está en la invisibilidad, o peor; al
traductor muchas veces se le atribuye esta famosa expresión italiana de:
traduttore tradittore, que califica al traductor de traidor.
El
traductor tiene como meta principal la de respectar y de ser riguroso a ambas
culturas. Lo que define su trabajo es el hecho de ser fiel tanto a la lengua de
origen como a la lengua de llegada, o mejor dicho, a la cultura de origen y a
la cultura de llegada. De ahí el hecho de que el traductor es el escalón entre
dos culturas, el puente que permite la interculturalidad. En fin, es el
mediador entre la cultura de origen y la cultura meta. Pero no siempre el
traductor se ve de esa manera, porque puede ocurrir fallos, errores, malas
interpretaciones y lo peor de todo los contra sentidos que irían totalmente en
contra del discurso pronunciado originalmente. Esos fallos siempre existieron
desde que la escritura apareció y que se empezó a traducir. El mejor ejemplo,
sería el de la Biblia, y ya en la época, varios se cuestionaban sobre la
verosimilitud y sobre la dificultad de traducir textos tan antiguo. Martin
Lutero por ejemplo, se ha preguntado en Carta
sobre el arte de traducir como traducir la Biblia de la mejor manera
posible y como esa tarea es un verdadero esfuerzo y trabajo:
“Me
ha costado mucho esfuerzo traducir para poder ofrecer un alemán puro y claro.
Con frecuencia se ha dado el caso de buscar y preguntarnos durante quince días,
o durante tres o cuatro semanas, acerca de una sola palabra, sin encontrar, a
pesar de ello, respuesta inmediata. Al traducir el libro de Job, Melanchton,
Aurogallus y yo trabajamos de tal manera que apenas nos fue posible terminar
tres líneas en cuatro días... Ahora está en alemán y terminado; cualquiera
puede leerlo y examinar el texto; se pueden leer tres o cuatro páginas sin
dificultad alguna y sin que se perciban las piedras y tropiezos que había
allí...”
Y
más adelante añade: “No es la literatura latina lo que hay que escudriñar para
saber cómo se debe hablar alemán..., sino que hay que preguntar a la madre en
la casa, a los niños en la calle, al hombre ordinario en el mercado y observar
su boca para saber cómo hablan, a fin de traducir de esa forma; entonces
comprenden y advierten que se habla alemán con ellos” (Peláez, 1997: 1)”
En
esta afirmación de Lutero, vemos claramente que la duda para encontrar una
equivalencia en la lengua de llegada que no siempre existe en la lengua de
origen es algo difícil, pero planteándose ya esa duda, el traductor empieza su
trabajo. Por fin, ser traductor conlleva el tener que enfrentarse de manera
permanente a lo ambiguo. La duda surge de forma natural, y el talento del
traductor es resolver ese dilema y emplear todos los medios posibles para
conseguirlo. Un traductor siempre está en busca de respuestas, de información, de
comprobación, se interesa en el mundo, en los hombres, en su cultura, el
traductor es un hombre que debe leer mucho, comprobar todo y por eso una sola
frase puede tllevar mucho tiempo para ser traducida de la manera más fiel
posible. El traductor es por tanto el
responsable de que un mensaje, que probablemente no fue concebido para ser
traducido, se traduzca hacia una lengua meta sin que a los hablantes de esa
lengua les provoque ninguna sensación de extrañeza. Para conseguir ese efecto,
el traductor debe impregnarse de la otra cultura por completo.
Por tanto, la traducción es un proceso
complejo en el que el traductor tiene que estudiar el original y su contexto,
prestando especial atención al momento histórico en el que se produce, la sociedad
en la que aparece, la biografía del autor original y todos los factores
sociales e económicos que lo rodean. Esto quiere decir que con sólo conocer con
rigor la lengua y su funcionamiento no lo convierte en un buen traductor o una
fuente de confianza. No basta con eso. En resumidas cuentas, el traductor posee
un arma de trabajo que tiene que adecuar de la forma más correcta e idiomática
posible a otra lengua, es decir, el traductor se convierte en un “traidor” que
tiene que utilizar todo su ingenio para engañar al lector final de que lo que
está leyendo “no suena a traducción”. No tiene que ser un “traidor” en el
sentido propio equivocándose de mensaje o no adaptándolo al contexto cultural
adecuado. Podríamos definir la traducción como un proceso muy complejo en el
que el traductor tiene que hacer valer sus conocimientos de dos lenguas y dos
culturas diferentes y establecer una serie de elecciones e estrategias que
permitan que el lector del texto traducido se sienta cómodo con la traducción y
le parezca idiomático.
Artículos
bibliográficos :
Lutero, Martín. " El Arte de traducir"
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